La venidera contienda electoral presidencial en Estados Unidos se ha convertido en el centro de la atención del mundo, dada la posibilidad de reelección de Donald Trump que daría continuidad a una gestión marcada por el unilateralismo, las amenazas y las medidas coercitivas contra sus opuestos y por otro lado abre la oportunidad para la elección de una administración demócrata y con ello una nueva oportunidad para la negociación.
En la actualidad, todas las encuestas dan la ventaja al candidato demócrata Joe Biden, ante lo cual su rival, ha decidido virar su estrategia en ataques contra el sistema electoral estadounidense.
“Con la votación universal por correo (no la votación en ausencia, lo cual es bueno), 2020 será la elección más INEXACTA Y FRAUDULENTA de la historia. Será una gran vergüenza para Estados Unidos. ¿¿Retrasar la elección hasta que la gente pueda votar de manera adecuada, segura y segura?”, fue el comentario que dio inicio a esta nueva estrategia.
Este discurso de Trump ha tenido cabida dentro de la sociedad norteamericana y el mundo, dada la naturaleza deficiente de su sistema de elección en segundo grado, que en las últimas dos décadas ha ocupado la palestra en cada elección norteamericana.
Caso Bush-Gore
El 7 de noviembre del año 2000 después de casi dos siglos de vida republicana, el sistema de Estados Unidos quedó en evidencia derribando el mito de “ejemplo de democracia”, cuando la opinión pública mundial observó como George Bush, quien había perdido en el voto popular, se hacía con la presidencia frente a su rival el demócrata Al Gore.
La polémica comenzó cuando los medios de comunicación dieron como ganador de las elecciones a Gore al obtener los 27 votos de la Florida, información que cambió apróximadante a las 2:00 am cuando CNN cambio el discurso y señaló a Bush como el ganador, acción que instantáneamente emularon todos los medios y agencias norteamericanas.
En medio de este cambio, el candidato demócrata decidió enviar una comisión de técnicos de su partido para que fueran testigos del reconteo que se llevaría a cabo en Florida, al considerar que existía una manipulación de los resultados. El conteo revelaba una ínfima ventaja de 237 votos de Bush sobre Gore y cuando faltaba contabilizar los votos de un condado que se presumía favorecería al demócrata, la Corte Suprema de Justicia intervino para ordenar el fin del reconteo y declarar como presidente electo al repúblicano.
Esta disputa que se extendió durante 36 días causó revuelo en la sociedad estadounidense que parecía desconocer la singularidad de su sistema de elección de segundo grado, donde el voto popular no decide.
Pese al escándalo que se suscitó en torno a esta pugna, de acuerdo a la publicación “The Electoral College: 270 Votes to Win_eJournal USA”, esta no era la primera vez que en EEUU los colegios electorales daban como ganador al candidato que perdió en el voto popular, ya esto se había suscitado 1824, 1876 y 1888.
Caso Trump-Clinton
Tras doce años donde los colegios electorales favorecieron al candidato ganador borrando el escándalo del 2000, en el proceso electoral de 2016 vuelven a ser el centro de atención al otorgar el triunfo al actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, pese a haber perdido en el voto popular por más de 2.8 millones de votos, frente a su rival la demócrata Hillary Clinton.
En esta oportunidad la candidata Clinton decidió no apelar esta decisión al no ser favorecida por el voto en estados claves y como medida para salvaguardar este sistema de votación indirecta, donde no existe tan siquiera la proporcionalidad en el reparto de los votos de los colegios electorales.
¿Cómo funciona el sistema?
De acuerdo a la ley que data de 1845 las elecciones presidenciales del país norteamericano deben celebrarse el siguiente martes después del primer lunes del mes de noviembre de los años bisiestos.
Los ciudadanos no eligen directamente al candidato, puesto que son los 538 compromisarios o electores nominados por los partidos quienes tendrán el poder de elegir al presidente de los Estados Unidos. Estos delegados tienen como única premisa favorecer el voto popular al conceder la totalidad de sus votos al candidato que haya obtenido el mayor número de votos en el estado. Esta premisa solo varía en Maine y Nebraska donde los votos del colegio son distribuidos de manera proporcional, según el porcentaje de votos obtenido por los competidores.
El número de compromisarios por estado es distribuido de acuerdo al último censo poblacional, lo cual otorga mayores ventajas a los estados con mayor número de habitantes, desmontando el principal argumento para la aplicación de este sistema de voto indirecto, que era el evitar que los estados más grandes decidieran por los pequeños.
Por último, para que el candidato obtenga la victoria, requiere ser favorecido con el voto de un mínimo de 270 compromisarios. En caso de que se suscite un empate, será la cámara de representantes la que decidirá quien es el Presidente.
Trump juega a la implosión
Para afianzar su crítica a la votación por correo el magnate decidió agregar otra vertiente que demuestra la vulnerabilidad del sistema, al solicitar a los votantes de Carolina del Norte votar dos veces.
“Envíen (su voto por correo) temprano y después vayan y voten (en persona). No pueden dejarles que les quiten su voto, esta gente está jugando a política sucia”, pidió Trump, quien no es la primera vez que apela al discurso de fraude tal y como lo demostró en 2017, donde pese a haber ganado las elecciones en los colegios electorales, señaló que hubo entre tres y cinco millones de votos ilegales que favorecieron el triunfo de Clinton en el voto popular.
Un triunfo a lo Bush
A esta estrategia de descredito contra el sistema electoral, Trump ha decidido sumar la colocación de piezas en la Corte Suprema de Justicia que sería la instancia que podría intervenir en caso que el proceso se torne “turbio” o se ponga en riesgo la estabilidad institucional de la nación norteamericana.
Ya para 2017, tras lograr retrasar la elección del sustituto del fallecido juez Antonin Scalia hasta después de las presidenciales de noviembre de 2016, Trump nominó para ocupar la Corte Suprema al conservador Neil Gorsuch, con lo cual mantenía la composición de mayoría conservadora que en 2000, entregó el triunfo en Florida a George Bush.
En este 2020 el deceso de la jueza progresista Amy Coney Barrett abrió la oportunidad para que Trump nomine a un nuevo candidato, la cual decidió no desaprovechar pese a existir la solicitud de la fallecida juez pregresista Ruth Bader Ginsburg de posponer la elección de su sustituto hasta después de las elecciones presidenciales.
De concretarse la aprobación de la propuesta de Trump, la jueza conservadora Amy Coney, la relación de votos en esta corte quedaría en seis conservadores y tres “progresistas”, lo cual favorecería al magnate en caso de que la elección se tuviera que definir en esta instancia, tal y como ya ocurrió en el 2000 con una votación de 5-4 a favor del republicano Bush.
Negado a la entrega del poder
“Si acaban con ese envío de papeletas (votos por correo), habrá una transferencia muy pacífica, bueno, no habrá transferencia, habrá una continuación”, ha dicho Trump al ser interrogado sobre sí estaría dispuesto a aceptar la derrota.
Todas estas tácticas difamatorias contra el sistema electoral gringo, abren la puerta para que el 3 de noviembre ante una posible derrota o un margen muy cerrado, Trump arguya a estas debilidades para denunciar un fraude, lo cual le permitiría acudir al máximo tribunal para apelar los resultados, tal y como lo reveló el pasado 23 septiembre cuando dijo: “Creo que esto terminará en la Corte Suprema y creo que es muy importante que tengamos nueve jueces”.