Tina Turner en realidad se llamaba Anna Mae Bullock. Nació en Nutbush, Tennessee, Estados Unidos, donde, desde muy niña, trabajaba en los campos de algodón y luego como trabajadora doméstica.
La música la ayudó durante aquellas jornadas. También fue su refugio cuando sus padres se separaron y -al igual que su hermana Aillene- empezó a saltar de casa en casa familiar.
La “brincadera” se terminó cuando la botaron “para siempre” de su hogar al descubrir que estaba embarazada (17 años) de Raymond Hill, el saxofonista del grupo The Kings of Rhythm, quien, por supuesto, no quiso hacerse cargo de nada.
En aquel teje y maneje, Anna comenzó a acercarse a quien sería su guía y verdugo: Izear Luster Turner, mejor conocido como Ike Turner, productor y músico de la misma banda.
Ella y su hijo “Craig” terminaron viviendo con Ike, quien estaba casado, pero se separó para entregarse a su relación con Anna y adoptar al niño como propio.
Aquello parecía un cuento de hadas.
Una noche, Ike escuchó a Anna cantar y quedó sorprendido con su voz. Entonces, le dio un nombre artístico: Tina.
Juntos conformaron el exitoso dúo llamado Ike & Tina Turner, considerado uno de los mejores de todos los tiempos, al punto de ser elegidos para abrir la gira de los Rolling Stones en el Reino Unido.
Ella brillaba más. Tenía talento, fuerza expresiva, belleza (las piernas más bellas del mundo), energía.
En el 62, tuvieron a su primer hijo, Ronnie Turner, pero Ike no se sintió a gusto con eso y se fue a vivir con su anterior esposa.
Al poco tiempo, regresó, Tina lo perdonó, y viajaron a Tijuana, México, para contraer matrimonio. Sin embargo, la misma noche de bodas, él la obligó a ir a un cabaret para que lo viera divertirse con otras mujeres.
Aquel sería el inicio de un calvario que duraría más de una década: Ike le rompió la mandíbula y la nariz varias veces, le arrojó café hirviendo causándole quemaduras de tercer grado, la maltrató con un gancho de ropa, la golpeó con un ensanchador de zapatos, la obligó a cantar enferma, se quedó con sus ingresos.
En 1968, ella intentó quitarse la vida. “Pensé que la muerte era la única salida. Una noche tomé cincuenta pastillas para dormir. Por suerte me desperté. Me sentía miserable, pero había superado la oscuridad. Estaba destinada a sobrevivir”.
Tras eso, se involucró (a escondidas) a grupos budistas y recuperó algo de fe en la vida.
A mediados de los 70, iban en una limusina rumbo a un acto oficial por el bicentenario de la independencia de los EE.UU. en Dallas, Texas, Ike la abofeteó y ella decidió responder.
Al llegar al hotel, la violencia creció. Tina no aguantaba más, Ike tampoco. Él se quedó dormido. Ella agarró su abrigo, 36 centavos y huyó.
En el juicio por los bienes materiales: él se quedaría con absolutamente todo, pero a cambio tendría que dejarle su apellido, su identidad. Tina ya era Turner, con o sin Ike.

Tina se mudó y tuvo que rehacer su carrera. Se puso a cantar en Las Vegas y apareció en varios programas de TV (incluyendo el de Cher) y, así, empezó nuevamente a ganar dinero.
Entonces, conoció al productor australiano Roger Davies, quien le propuso cambiar de look, de músicos, de repertorio y le dio un impulso decididamente roquero. Tina regresó al escenario junto a gigantes como Mick Jagger, Rod Stewart y David Bowie.
En 1981, decidió contar lo que había vivido para expulsar los fantasmas de su pasado: “Ike usó mi nariz como saco de boxeo tantas veces que podía sentir el sabor de la sangre corriendo por mi garganta cuando cantaba. Estaba viviendo una vida de muerte. No existía. Pero sobreviví. Y cuando salí, caminé. Y no miré hacia atrás”.
Sin embargo, aquellas declaraciones empezaron a perseguirla. Mientras su carrera despegaba con éxitos como Let’s Stay Together, What’s Love Got to Do With It y Private Dancer, los medios solo querían saber más y más de aquellos maltratos. Entonces, decidió publicar una autobiografía titulada “Yo, Tina” para quitarse a los periodistas de encima.
Ike Turner murió en diciembre de 2007 de una sobredosis de cocaína. Nunca reconoció ni pagó por el daño que le hizo: “Claro que abofeteaba a Tina. Hubo momentos en que la lancé contra el suelo sin pensar. Pero nunca la golpeé”, afirmó alguna vez.
En cambio, Tina logró salir del infierno y convertirse en una leyenda de autorredención.
Fue la voz de miles de víctimas.
Vendió más de 200 millones de álbumes y sencillos en todo el mundo.
Fue la banda sonora de varias películas.
Ingresó al salón de la fama.
Recibió muchos premios.
A los 70 años, todavía estaba activa en los escenarios.
Y, además, la vida le permitió encontrar el verdadero amor en Erwin Bach, un productor alemán, nacionalizado suizo.
Cuando empezaron la relación ella tenía 47 años y él, 30. En 1994, se mudaron a Suiza. Se casaron hace una década (2013), cuando ya llevaban 27 años juntos.
Tres años después de la boda, una insuficiencia renal golpeó la vida de Tina. Luego, llegó el cáncer intestinal. Ella solicitó la eutanasia (legal en Suiza). Pero para hacerla desistir de aquella idea y ayudarla a vivir mejor, su esposo decidió donarle un riñón.
También la ayudó a enfrentar el suicidio de su hijo Craig (59 años) y la muerte de Ronnie (62 años) por distrés respiratorio.
Con él, se mudó a un castillo con vista al lado Zúrich. Por él, rechazó su nacionalidad estadounidense y adoptó la suiza. A su lado, supo que el amor sí existe.

Por: Jessica Dos Santos
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