El saqueo de China
Conviene antes aclarar que entre los siglos XIX y XX hay por lo menos 2 saqueos de China. Uno de ellos es el clásico saqueo económico, político y militar, que somete a China al dominio semi-colonial (y en algunos sectores colonial) de los usuales países colonialistas y racistas europeos: Inglaterra, Francia y Alemania. Es el dominio que despoja al inmenso país de trozos de su territorio, como Hong Kong, o que pasa a controlarlos en forma directa, lo que ocurre con grandes urbes como Nanking y Shanghai. Es el saqueo más conocido, que no es necesariamente arqueológico ni plenamente cultural y no me ocuparé de él en este corto artículo. El otro, menos conocido, pero fundamental y en estrecha relación con él, es el saqueo arqueológico y cultural que he descrito en artículos previos sobre Grecia, Egipto, Mesopotamia, Persia, India, Sri Lanka y Cambodia, y que en lo que sigue intentaré mostrar en el caso de China.
Y es que se trata de otro implacable saqueo arqueológico y cultural de ese tercer mundo al que también pertenecía entonces China; saqueo llevado a cabo entre últimos años del siglo XIX y primeras décadas del XX por la Europa colonialista y racista de siempre: Inglaterra, Francia y Alemania, en la extensa parte china de la antigua y famosa Ruta de la seda. Pero debiendo contar esta vez con la intromisión en ella del imperio japonés y algo después con la más agresiva de Estados Unidos EU).
La llamada entonces Ruta de la seda, ruta comercial que desde la Antigüedad romana y a todo lo largo de la Edad media posibilitó el intercambio de productos, sobre todo de seda, entre China y Occidente cruzando Asia central: Afganistán, Irán, Ikak, Siria y Turquía, hasta alcanzar la orilla asiática de Europa que comunicaba con ciudades comerciales europeas como Venecia. No era mera ruta comercial sino vía que permitía contacto libre y amistoso entre culturas y sociedades distintas que así sacaban todas ventajas de esos contactos.
A fines del siglo XIX en China solo quedaba su recuerdo, y muchas ruinas en los alrededores del entonces temido desierto de Taklamakán en la provincia china de Xinkhiang, llamada por los europeos Turkestán chino, además de varios oasis habitados y llenos de monumentos culturales budistas, esto es, de verdaderas pequeñas ciudades como Kashgar, Yarkand, Khotán, Kuqa, Turfán y Dunhuang. Se sabía de una serie de antiguas ciudades asociadas al budismo, a la histórica expansión china y al viejo comercio de la seda, todas ellas abandonadas desde hacía ya muchos siglos. Y también de una serie de grutas, utilizadas entonces como monasterios, llenas de pinturas, esculturas y documentos budistas. Xinkhiang es la provincia más occidental de China, y la mayoría de su población es musulmana.
A fines del siglo XIX-principios del XX, China era un enorme país desgarrado y saqueado por países imperialistas de Occidente; en lo interno por una dinastía imperial corrompida; y localmente por gobernantes venales, sensibles a la influencia y a los sobornos de las potencias europeas, Inglaterra, Francia, Alemania, y sobre todo de los ingleses, dueños de la India y en proceso de meterle mano al Tíbet, sobre el que intentaban ejercer un protectorado.
El saqueo abierto y descarado, verdadero pillaje cultural, que tuvo lugar en esas décadas fue obra de alemanes e ingleses y a ese pillaje se unieron poco después los franceses, los japoneses y más tarde los estadounidenses. Los saqueadores principales, verdadera banda internacional de ladrones, fueron el sueco Sven Hedin, nacionalizado luego alemán y décadas
más tarde militante nazi y amigo de Hitler; el húngaro Aurel Stein, nacionalizado británico y ennoblecido por la corona inglesa como premio por sus robos; el alemán Albert Von Le Coq; el francés Paul Pelliot, el japonés Kozui Otani y el estadounidense Langdon Warner.
Hedin, explorando el Taklamakán, tras superar varios riesgos, descubre por casualidad en 1899 en los bordes del peligroso desierto la ciudad perdida de LuLan, antigua ciudad y puesto militar fronterizo chino. Excava y se lleva los tesoros culturales que encuentra como si los hubiera hallado en el patio de su casa. A Hedin le sigue de cerca los pasos Stein, el más hábil y afortunado saqueador de los oasis del Taklamakán. Stein excava en el desierto, en diciembre de 1900, las ruinas de Dandán Ullik, de las que no saca gran cosa. Pero siguiendo con su expedición, en enero de 1901 encuentra la antigua ciudad de Niya y aquí la excavación sí es productiva. Abundan las riquezas arqueológicas de todo tipo, desde monumentos hasta manuscritos y pinturas de seda. Y todo esto es robado por Stein y embarcado para el Museo Británico.
Pero el principal pillaje de Stein es el realizado en las grutas budistas de Mogao, en Dun Huang. Allí, habiéndose enterado de que además de las ricas pinturas y esculturas de las cuevas, se guardaba una inmensa colección de viejos manuscritos y pinturas budistas al cuidado de un anciano monje budista llamado Wang, acudió, acompañado por un intérprete chino y logró corromper o sobornar al pobre monje, que le entregó por nada lo mejor de la biblioteca. Entre esos tesoros no sólo había bellas pinturas de seda, sino que también se hallaba el libro impreso más antiguo del mundo, que es chino y data del siglo IX. Y todo ese botín fue a dar al Museo Británico.
Pronto se incorporó al saqueo el alemán Albert Von Le Coq. Este saqueó en el Taklamakán las ruinas de la vieja ciudad de Karakhoja y de allí pasó a saquear los bellos frescos y pinturas de las grutas de Kizil, cerca de la ciudad de Kuqa, importante oasis de la Ruta de la seda. Mutiló y dañó frescos y pinturas para robarse lo que más le interesaba y cargar con todo lo posible. Pero no contento con eso, se dedicó en seguida a hacer lo mismo con los frescos budistas de las bellas grutas de Bezeklik en las cercanías del famoso oasis de Turfán. Allí robó y mutiló lo que quiso y se llevó para Alemania todo lo que pudo.
Sigue en la lista el francés Paul Pelliot, brillante lingüista cuyo más importante logro como saqueador fue haberse lanzado a llevarse de las grutas de Mogao en Dunhuang lo que de manuscritos y pinturas había dejado Stein. Sobornó y chantajeó al pobre diablo que era el monje Wang y se llevó más tesoros de lo que esperaba porque lo que quedaba en la rica biblioteca aún era bastante.
A Pelliot le siguen en años siguientes los enviados del conde o príncipe japonés Otani y en los años 20 al saqueo se suma el yankee Langdon Warner que, en Dunhuang, exploró, mutiló, robó frescos y decapitó budas para enviar todo el robo al Museo Fogg de la Universidad de Harvard, en la que era profesor.
El resultado de todo este pillaje, que se intentó luego justificar con los motivos colonialistas de siempre, fue la destrucción parcial y el robo selectivo de muchos monumentos y el traslado de la mayor parte de esos tesoros culturales a los museos de Europa, de Japón y Estados Unidos (EU).
Muchos de esos tesoros se dañaron luego por ignorancia o por descuidos de los museos europeos. O se perdieron más adelante en la Segunda guerra mundial. Los bombardeos estadounidenses sobre Tokio destruyeron los robos del conde Otani, mientras los bombardeos aliados, de ingleses y yankees sobre ciudades alemanas, hacían lo mismo con muchos valiosos e irrecuperables tesoros robados por o para los alemanes y sus museos.
Definitivamente, poca duda cabe de que los famosos miles de guerreros de la inmensa tumba del emperador chino Shi-huan-ti, en Xi an, se salvaron de terminar robados, sea enteros o mutilados, en museos europeos o norteamericanos sólo porque fueron descubiertos y explorados por arqueólogos chinos desde 1975 en una nueva China, libre, independiente, poderosa, digna y soberana.
Vladimir Acosta
Enero de 2023
Sus artículos son una joya, que extraño cuando no puedo leerlas. Lo bueno es que no caducan.
Excelente Vladimir con tus artículos históricos del saqueo de bienes culturales por colonizadores en distintos países del mundo.