Hace un tiempo, después de uno de mis ataques de rabia e impulsividad, mi pareja parecía realmente triste, decepcionado: “no entiendo por qué si eres tan buena persona ante los grandes problemas, te pones así por verdaderas tonterías”, me dijo.
Sus palabras fueron como una daga. Mejor dicho: sus palabras empujaron una daga que yo misma sostengo siempre muy cerca de mi corazón. Me he preguntado, en silencio, un montón de veces ¿por qué la olla de presión de mis emociones explota así? ¿Cuándo aprenderé a usar la válvula de escape regulado? Escribir o hacer ejercicio me ayuda pero ¿qué más necesito?
En ese momento, por ejemplo, estaba herida y tenía la necesidad de “desnudarme” para ubicar y detener el sangrado, pero me sentía incapaz de hacerlo. Entonces, la embarré aún más: bueno, chico, yo soy así, y san se acabó. Otro parche al corazón.
En los venideros intentos de retomar la conversación, me descubrí argumentando el sinfín de cosas que me convierten en alguien de pinga: “y ¿sabes qué? yo no voy a permitir que venga nadie a hacerme creer lo contrario. Además ¿con qué moral bla bla bla”. Mis cualidades y las carencias del otro se convertían en la excusa perfecta para no trabajar en mi.
Después, en silencio y soledad, me cuestioné ¿por qué me da tanto miedo admitir “mis sombras”? ¿Será que en el fondo creo que si le digo a alguien lo que realmente pienso pues… me quedaré sola?
Al parecer, yo, como la mayoría, le temo al juicio de los demás y a quedar mal ante mí misma. A todos nos gusta creernos “buenas personas”, nos aterra pensar en nuestras propias “deficiencias morales”. Entonces, escondemos todo aquello que nos haga parecer una porquería.
A ver: ¿cuál ha sido tu peor pensamiento? ¿Sentiste “algo feo” cuando una amiga se caso o quedó embarazada mientras tu vida amorosa/fertilidad andaban por el piso? ¿Tuviste “celos”, “envidia” o “ganas de ver fracasar” a alguien que admiras (si, así de contradictorio)? ¿Te dio rabia que un amigo consiguiera el puesto laboral, el carro, inmueble, etc, que tanto anhelabas?
¿Te has descubierto pensando “ojalá le vaya mal para que se arrepienta y vuelva con el rabo entre las piernas”? ¿Algo “peor”, más “turbio”, “oscuro”? ¿Realmente eso te hace “mala”, “malo”? ¿Qué refleja? ¿Cuál es la causa de ese síntoma? Probablemente no quieras hablarlo.
Huimos de los temas incómodos, evitamos que nos conozcan íntimamente. Preferimos tapar y tapar, aunque ese bulto, ahí, debajo de la piel, nos impida avanzar, liberarnos, alcanzar la famosa “mejor versión” de nosotros. Tal vez por eso la mayoría de las parejas eluden los conflictos, no los resuelven, o los ven como algo negativo.
Nuestra oscuridad existe y tiene que salir a la superficie. Nuestro trabajo está en decidir cómo la sacamos para que podamos mirarla y transformarla. Hacerlo a veces conlleva tener que viajar al pasado para perdonar y aprender de una manera distinta todo lo que nos transmitieron de pequeños nuestras primeras figuras de apego.
Cuando expuse esto en mis redes sociales, algunos saltaron a decirme que “eso es complejo y agotador, más fácil es seguir usando mascaras” o “desnudarse es una decisión, si te gusta disfrútalo sino no lo intentes”.
Pero yo creo que reincidir en los mismos errores por no saber sanar cansa muchísimo más (doy fe de eso) y a veces tenemos que hacer cosas que no disfrutamos pero que posteriormente nos pueden conducir al goce pleno de quienes somos (como esas operaciones dolorosas, acompañadas de un horrible reposo, que luego nos permiten correr, vivir más y mejor, etc).
Amarse a sí mismo y al otro es en realidad el gran viaje de nuestra vida, un viaje en el que es necesario estar dispuesto a retroceder, irse, perderse, reencontrarse. Sigamos.
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