Héctor Enrique ya había pasado por dos relaciones de pareja. En la primera tuvo 4 hijos, los únicos que ha procreado. Siempre recuerda que “curiosamente” ellos nacieron los días 10 y 25, sus fechas de cobro como docente nacional.
Esa unión matrimonial se terminó por cuestiones religiosas. Sin embargo (o quizás por eso) el final fue en “sana y santa paz”.
Después, jura que después, Héctor se involucró con una representante. Ella estaba divorciada y tenía tres hijos. Pero la relación no funcionó más allá de los cinco años. “Incompatibilidad de caracteres”, lo llaman.
Entonces, apostó a la vieja creencia popular: la tercera es la vencida. Hoy en día vive otra historia de amor, una que surgió gracias a las habilidades de su hermana, la subdirectora del preescolar donde su actual pareja es la directora.
Resulta que cuando Héctor terminó su segunda relación, su hermana menor hacía de todo para que él conociera a su estimada amiga. A veces, la invitaba a una fiesta pero él no iba o pasaba al contrario: él iba y su amiga se ausentaba.
Hasta que un día se cansó y no invitó a ninguno de los dos. Justo entonces ambos aparecieron. “El arte de llevar la contraria”, diría el psicólogo estadounidense Todd Kashdan.
Finalmente, ese día coincidieron dos grandes soledades que se enamoraron de la posibilidad de convertirse en una gran compañía. Su hermana tuvo razón: ellos eran “compatibles”. De hecho, desde entonces, transitan juntos la vida.
Ella con tres hijos, todos profesionales, y Héctor con cuatro. En total son 9. Juntos viven otra versión de “Los tuyos, los míos y los nuestros”, la famosa comedia del año 1968, donde Helen, viuda con 8 hijos, y Frank, un oficial de la marina viudo también pero con 10 muchachos, se enamoran y deciden enfrentar los “problemas logísticos” que conlleva el hecho de empezar a vivir juntos.
No obstante, en el caso de Héctor, todos se llevan muy bien y sus hijos, lamentablemente, casi no lo visitan. Él, en cambio, comparte mucho con los de ella. Esta relación lo ha llevado a entender que “encarar y compartir con alegría las pequeñas tareas y detalles de la cotidianidad termina convirtiéndose en la esencia de una relación duradera”.
Héctor está jubilado, ella aun está activa y suele cuidarle los hijos a su hija, una psiquiatra que es divorciada. “Me gusta que cuando llegue a casa, luego de estar con sus nietos, encuentre todo ordenado y un par de rosas en su mayor esplendor”, asegura.
Tampoco siente ninguna pena al decir que de los quehaceres domésticos se encarga él. “Soy parte de esta casa y como tal no debo ayudar sino asumir que también es mi responsabilidad”.
Han tenido conflictos, como todos. Héctor, con la experiencia y sabiduría de los años, cree que las peleítas son “inevitables” pero a medida que la relación madura esas diferencias se van haciendo cada vez más tolerables.
Nunca hablan de sus relaciones pasadas pues como dice la canción:
“No quiero andarte contando de guerras perdidas ni viejas batallas, prefiero ir por la vida sumando estrategia pa’ que no te vayas”
Los dos esperan vivir juntos los días que le resten a los actuales 65 de Héctor y los 54 de su “tercera apuesta”. Por ahora, llevan juntos “14 años y contando”.
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